MIAMI, Estados Unidos.- En un lugar remoto de Ecuador, las Termas de Papallacta son visitadas por numerosos turistas, tanto por los llamados mochileros, que llegan de otros países, como por entusiastas visitantes oriundos. Todos pretenden disfrutar las cálidas aguas de manantiales que emergen de la tierra.
Cierta noche, al salir del spa de la localidad, mi esposa le había dejado saber a una empleada lo felices que éramos en ese sitio de encanto, sobre todo porque el día después celebraríamos mi cumpleaños en la Amazonía.
Durante la cena, un joven camarero me sorprendió con el anticipo de la torta de celebración donde se podía leer: “Feliz cumpleaños Alejandro ¡Viva Cuba!”
Le di las más sentidas gracias y me atreví a preguntarle sobre la presencia de mis compatriotas en su país. “Ya no quedan mucho”, me dijo. “Se han ido buscando la frontera sur de los Estados Unidos. Ahora tenemos a los venezolanos”.
Desde un restaurante quiteño, con vistas a una plaza donde deambulan muchas personas, traté de adivinar a la distancia la gestualidad de algún cubano.
Aquella ciudad es fría, de cielo encapotado, y el movimiento corporal se resiente por la altura. Es cierto que cualquier alternativa es preferible al castrismo y sus miserias, pero la cultura andina, aunque hospitalaria y pacífica, resulta muy ajena a nuestra manera de lidiar con la vida.

Por eso Miami sigue siendo la meca que todos añoran alcanzar. Un privilegio en ocasiones abusado por quienes se criaron en el esquema del llamado “hombre nuevo”, que demoran en entender las costumbres de la convivencia civilizada.
Durante el pasado Festival de Cine de Miami se estrenó el documental La opción cero, de Marcel Beltrán, sobre el cruce de los cubanos por la infernal selva del Darién, producido a partir de videos grabados con sus teléfonos celulares durante la incertidumbre y peligros del recorrido, así como en campamentos eventuales, donde reciben alguna ayuda antes de proseguir la ordalía.
A diferencia de otros emigrantes, los cubanos han vendido sus magras pertenencias antes de partir y prefieren morir en la selva antes de ser deportados. La tragedia marca sus fugas.
Paradójicamente, en el documental se presentan exigiendo sus “derechos” cuando son escamoteados en tierra ajena y los hombres se siguen emperifollando con cejas delineadas y cortes de cabello de moda, lo cual imprime un aire surrealista a toda la operación.
De Miami procede casi todo el dinero que facturan los esquilmadores de la emigración ilegal.
En el marasmo de dolorosas imágenes, La opción cero no menciona que mis coterráneos escapan de la más cruel dictadura. Puede ser hasta probable que el régimen lo muestre, en su cinismo, para advertirle a futuros emigrantes lo que les aguarda cuando intentan huir del paraíso proletario.
Durante mi gira por Ecuador pude constatar la admiración que siguen despertando los cubanos, sobre todo cuando se empeñan en buscar desesperadamente la libertad. Ya no manifiestan, afortunadamente, elogios al guerrillero Ernesto Guevara, ni a su malsana ideología.
El país ha sido realmente dolarizado —no a la manera de la trampa cubana diseñada para enriquecer a la casta militar— y los jóvenes buscan su camino en el país o gestionan una visa para encontrar el futuro en otros sitios, sin lloriqueos ni malacrianzas.
En los lugares más humildes y recónditos de la selva amazónica, los niños concurren a las escuelas y hay numerosas opciones alimentarias, sobre todo de productos autóctonos, una quimera para la inoperatividad social y económica del castrismo.
En Ecuador pude disfrutar dos huellas inesperadas y perdurables referidas a Cuba.

En las fachadas oriental y occidental de la Basílica del Voto Nacional, el templo neogótico más grande de Latinoamérica, hay 24 círculos que sirven de base para colocar los escudos nacionales de nuestra América. Aunque faltan muchos, resulta satisfactorio ver el de Cuba entre los que ya adornan la hermosa edificación, comenzada en 1887 y terminada en 1924.
Fue ciertamente emocionante visitar el sitio que marca el centro del mundo, uno de los atractivos turísticos más populares del Ecuador y que, de hecho, es el topónimo de la nación desde el año 1830.
En una esquina de la plaza por donde cruza la raya amarilla que divide imaginariamente el mundo en dos mitades, se erige una escultura bien dramática de José Martí, donde prevalecen sus manos como implorando la liberación que merecen los coterráneos, agobiados por una abyecta y corrupta dictadura.
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